Hechizo de medianoche...

Te invoqué
con la lengua sellada de deseo,
bajo la luna llena
que todo lo mira y nada juzga.
Te soñé
como un lobo sueña la carne tibia,
como la hiedra sueña el muro
al que trepar sin permiso.
Viniste.
Silencioso como el humo,
pero cargado de fuego.
Y yo, vestida solo con mi hechizo,
dejé caer los velos del mundo.
Abrí mis pétalos como un templo
donde solo vos podías entrar descalzo,
sagrado,
con la fe en los dedos
y la duda en la boca.
Nuestros cuerpos se dijeron secretos
que ni el alba sabría pronunciar.
Eran plegarias susurradas
al borde de la piel,
mantras que solo entienden
los que arden sin arderse.
Te bebí en sorbos lentos,
como se bebe el veneno
cuando se quiere morir
de placer.
Y en tu pecho
dejé mi nombre en cenizas.
Porque después de amarte así,
no hay resurrección.