El corazón que no se rinde

22.06.2025

Hace una semana que en mi caminata diaria me encuentro con un corazón pintado a mano. La primera vez debo reconocer que me sorprendí... Como si hubiera encontrado un pequeño milagro callado.

Primero lo vi erguido, brillante, con sus colores vibrantes sobre un muro de piedra antiguo de las primeras casas chalet del balneario. Una pieza pequeña, casi secreta, colocada con ternura en el vaivén de la intemperie. Por algún día o tal vez horas brilló con todos sus colores; lo imagino recién puesto, con la fuerza de un gesto simple y enorme: decir "aquí estoy", aunque nadie mire.

Pasaron los días y con ellos, la lluvia, el sol, el viento. Y una tarde lo encontré caído.Bajo, entre el pasto, como un susurro que no se rinde. Ya no tan rojo, ya no tan recto. Pero ahí. Presente. Persistente.

Hoy lo veo con sus colores desteñidos pero nunca desaparecido.

Ese corazón que se transforma y sigue me recuerda que no importa cuántas veces caigamos, ni cuánto se desgaste lo que somos. Si seguimos ahí, visibles, latentes, ya estamos venciendo al olvido. A veces un gesto mínimo —una pintura, un símbolo, un latido— puede ser todo lo que alguien necesita para no rendirse.

Ese corazón que cae pero no desaparece me habla de las personas. De cómo la vida puede descolgarnos del muro, borrarnos un poco los colores, empujarnos al pasto húmedo y frío... Y aún así, seguimos siendo. Seguimos latiendo.No importa cuántas veces el brillo se desgaste, hay algo en nosotros —como en ese cuadrito— que se rehúsa a volverse nada.

Un gesto mínimo puede contener una esperanza entera. Y entonces pienso:Tal vez alguien lo vuelva a levantar. O tal vez no. Pero el mensaje ya está dado.Y sigue tocando el alma de quien pasa. Al menos, tocó la mía. Un corazón visible, aún en su caída, aún con las marcas del tiempo, es ya una victoria silenciosa sobre el olvido.