A pulso lento y en carne viva

14.12.2025

El domingo no se deja mentir.
No se disfraza.
No se sostiene con luces bajas ni distractores fugaces.
El domingo viene desnudo, con olor a tiempo detenido
y preguntas que no saben esperar.

El domingo pesa distinto.
Tiene una energía rara...
mitad refugio, mitad abismo.
Una promesa de descanso
y, a la vez,
la crudeza de todo lo que aún queda por hacer.

Y es que cualquiera te acompaña un sábado.
Cualquiera se sienta al borde de la noche,
brinda, ríe, se pierde en la música,
en el ruido, en la excusa del mundo andando rápido.
El sábado es fácil.
Es performático.

Pero el domingo…
ah, el domingo es otra cosa.

El domingo te mira fijo.
Te saca el maquillaje emocional.
Te pregunta con quién vas a compartir el silencio,
con quién vas a desayunar lento,
a quién le vas a ofrecer tu peor versión:
la cansada, la sensible, la que no quiere hablar
pero tampoco quiere estar sola.

Transitar el domingo
es caminar con el pecho abierto.
Es escuchar el eco de la casa,
el ruido de la heladera,
la ropa que no se dobla sola,
el mate que se enfría porque nadie lo reclama.

Es sentir el cuerpo pidiendo contacto
no desde el deseo urgente,
sino desde algo más hondo:
el anhelo de ser elegida cuando no hay espectáculo,
cuando no hay aplausos,
cuando no hay plan.

Compartir los domingos
no es cualquier cosa.
No importa el lunes o como sea el martes,
ni si el jueves llega tarde,
ni si el viernes se pierde.
Pero el domingo…
el domingo tiene que quedarse. 

Tiene que saber habitar la quietud.
Saber tocar sin prisa.
Saber estar sin distraerse.
Saber amar cuando no hay brillo,
cuando el día es gris,
cuando la melancolía se sienta a la mesa
como una invitada más.

El domingo es carnal de otra manera.
No desde la urgencia,
sino desde la intimidad.
Desde el compartir con sentido.

Por eso a veces duelen los domingos...

Porque no se trata de estar sola cualquier día.

¡Que importa el sábado, y menos los miércoles!
Se trata de estar sola justo cuando el mundo baja la velocidad
y el alma queda expuesta.

El domingo no quiere promesas.
Quiere presencia.
Quiere verdad.
Quiere alguien que no tenga miedo
de compartir el día más honesto de la semana.

Y si no está…
el domingo igual pasa.
Pero deja marca.
Como todo lo que fue real
aunque haya dolido.